Película «Antonia»
enero 28, 2015Campanas a medianoche
junio 22, 2016Título de la película del mes: Todos están bien
“Al jubilarse, un padre de familia viudo (De Niro), quiere reunir en torno a la mesa familiar a sus cuatro hijos. Cuando ve que ninguno de ellos se presenta, decide emprender un viaje para visitarlos, pero entonces descubre que la realidad de sus vidas nada tiene que ver con lo que él imaginaba… “
Esta es la sinopsis de la película de este mes de noviembre, dentro del ciclo: La vejez y la juventud, que venimos ofreciendo a todo aquel o aquella que quiera acercarse al Ateneo y disfrutar del buen cine.
Un film, que a pesar de no ser considerado una obra mayor por los críticos, cuenta con un protagonista de lujo: Robert de Niro, que da credibilidad de ese padre solitario que tiene necesidad de recuperar a sus “niños”, como él mismo llama a los no tan niños. Dos chicas y dos chicos, que ya vuelan por sí mismos y se realizan según sus valores y sus posibilidades, dentro de un mundo competitivo como el americano.
Esta vez hemos contado con un número importante de asistentes a la proyección, unas veinticinco o treinta personas, entre las que hemos descubierto nuevos aficionados. Algunas de ellas no pudieron quedarse al posterior coloquio sobre la película. No obstante, unos quince disfrutamos del placer de la conversación alrededor del impacto, los sentimientos, las críticas y reflexiones que nos había provocado la historia.
A pesar de que la propuesta del coordinador fue la de responder a una cuestión relacionada con la mentira y sus bases neurológicas, puesto que el tema principal del film era el error en el que vivía el padre sobre la vida de sus propios hijos. Lo cierto es que prácticamente a todas las personas que había en la sala, lo que verdaderamente nos había impactado eran las cuestiones emocionales y sentimentales. Y no es raro, porque la mayoría del público asistente éramos madres y padres de mediana edad; algunos incluso con nietos.
El coloquio se desarrolló en torno a la cuestión siguiente: ¿Mentimos a nuestros padres para no hacerles sufrir? ¿Mentimos, o simplemente no les decimos todo lo que nos ocurre? ¿Estamos dispuestos a saber todo lo que hacen y preocupa a nuestros hijos cuando ya son adultos? ¿Preferimos no saber?
Estas preguntas se lanzaban y se respondían, teniendo la experiencia de cada cual como referencia, puesto que todos habíamos sido hijos de una generación en la que no había tanta confianza como la que actualmente existe entre los distintos miembros de la familia. El que más y el que menos había tenido que esconder cosas en la época en que todavía tenía que dar cuentas a los padres de sus “andanzas”.
Otras cuestiones sobre las que conversamos fueron:
El rol masculino en las familias tradicionales. Ese padre que se dedica en cuerpo y alma al trabajo y que no tiene tiempo para los hijos, cuando éstos son pequeños.
Las expectativas de los padres y los problemas emocionales y psicológicos que viven los hijos cuando sus vidas no están a la altura de lo que se esperaba de ellos.
La soledad de un hombre que no tiene vida propia y que al quedarse viudo no encuentra sentido a sus días. Y la soledad de las personas mayores que aparecen en la película.
La necesidad de que las personas cultivemos el tiempo libre, las aficiones y las relaciones de amistad, que luego nos van a llenar los años de jubilación.
No deberíamos dar por sentado nada. Los pequeños detalles que quedan en la memoria de los hijos, a veces sin que nosotros podamos ni imaginarlos (escena del cuadro del hijo).
La capacidad que desarrollamos, a pesar de todo, para aceptar esas pequeñas o no tan pequeñas cosas con las que no estamos de acuerdo (estilos de vida, normas de relación… ese “No tengo tiempo…” o las llamadas de teléfono)
En definitiva, estos fueron los temas que fueron apareciendo en la sala. Sorprendentemente, los participantes se implicaron en la conversación mucho más que en otras ocasiones, y el resultado, desde mi punto de vista, ha sido muy rico, tanto en las propuestas para la reflexión, como en las distintas intervenciones. Una razón más para seguir en la dirección que hemos tomado: el cine no sólo como actividad lúdica, sino como una herramienta para descubrir, reflexionar y compartir.
Teresa Fuentes