
La nieta del Sr. Linh
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A modo de presentación La Templanza y otros Georemas
junio 5, 2013
A continuación os reproducimos presentación y prólogo del libro realizado por
Julio Asencio Márquez
Nada más abrir La templanza y otros georemas hallamos una de esas citas agraciadas que, amén de conformar el pórtico de auctoritas, supone una declaración de principio(s) de la voz poética que anima este sugestivo poemario: «Hay lugares invisibles en los mapas del sueño, donde el horizonte se dibuja como un lugar imaginado, como un balcón suspendido sobre el misterio. Yo escribo desde ese lugar» (John St. John). ¿Y no es esto la poesía, un rito mistérico cuyo significado solo puede descifrarse, por ende, desde la extrañeza y el asombro? No en vano, la palabra asombro se reitera consciente o inconscientemente en varios poemas y nos revela la clave poética del libro. Todo poeta escribe al dictado de su intuición y no deja de sorprenderse nunca cuando lee lo que ha escrito, como si aquello lo hubiese pergeñado una mano ajena. No otro es el misterio que entrevemos en los versos de Pedro Sánchez, es decir, el maravillado asombro de poder traducir al lenguaje verbal el universo de los sentidos aun a sabiendas de que aquél resulta tantas veces insuficiente o impreciso.
Acaso por esa ingénita carencia de la lengua para enunciarlo todo, Pedro decidió acuñar una palabra simbólica que le sirviera para expresar su manera particular de escribir el mundo y así surgió georema, que nosotros interpretamos como una metáfora digamos polisémica que se identifica con distintos estados del alma asociados a sendos momentos emotivos que han dejado una huella indeleble en la memoria lírica del poeta.
La templanza se articula precisamente sobre un díptico de georemas que nos remiten a un itinerario hecho, a la vez, de coordenadas espacio-temporales y sentimentales. En el primero de ellos, sobresale la plasticidad con que nuestro poeta pinta —no sin un deje de contenida nostalgia— *los paisajes más relevantes que quedaron grabados en su retina: la acuarela de tonos ocres y grises de un remoto lugar a orillas del Ártico, el beatus ille de bosques y trigales de la geografía teutona o las postales impresionistas de lejanas ciudades legendarias, por nombrar solo algunas estampas de este álbum de emociones. Vemos pasar una sucesión de evocadores topónimos (Schiermonnikoog, la vieja Europa, Hesse, Dublín, Singapur…) a modo de hitos que van marcando, más que un recorrido geográfico, el viaje interior del sujeto lírico, que no es sino un aprendizaje vital en que se debate con la propia conciencia hasta reconocerse en la verdad siguiendo la estela horaciana del vívere secum.
Tanto en la primera como en la segunda parte, los georemas se corresponden con asuntos como la locura, el amor, la infancia, el olvido, el tiempo, el destino y otras elementales disquisiciones humanas en las que fermenta la vida y la poesía, con la particularidad de que nuestro poeta no las enfoca únicamente desde su perspectiva interior, pues acierta a fijarse en otros seres cuya peripecia complementa y enriquece la suya, como cuando medita sobre la férrea voluntad de Tolstoi en la hora de su muerte:
“Quiero que me entierren como a un campesino pobre”,
alcanzó a decir antes del final.
Y huyendo de la gloria de este mundo
dió gloria a ese lugar dormido
donde el polvo se nutre
de la humilde leyenda de su nombre.
Pedro Sánchez pertenece al linaje de los poetas que escriben porque necesitan el alimento esencial de la poesía, el soplo de plenitud que ella le insufla para seguir aspirando alto y hondo. En este poemario destaca, sobre otras virtudes, el don particular de su autor para captar nuestra atención con motivos aparentemente insignificantes que, a la luz de su mirada, adquieren un lirismo más intenso aun que los temas con mayúscula, sea un arbusto que ha brotado de entre las losas de un andén, el aroma del fruto casi maduro, un viejo telegrama azul redimido del olvido o la retrospectiva lamentación por la suerte de un árbol talado que personificaba —y el verbo es aquí preciso— la intrahistoria de quienes compartían su frondosa existencia. A este respecto, justo es reconocer su pericia para crear atmósferas en las que o bien emplaza al yo poético íntimo o bien enmarca las vicisitudes de entrañables personajes con los que aquél dialoga a media voz, como esas tres niñas que encarnan la pureza pero son ya propicias víctimas futuras del implacable devenir.
No obstante, en uno de los jalones iniciales de su trayecto, el poeta advierte pronto que no le basta con estar y contemplar: quiere ser más trascender su limitada corporeidad mediante el impulso instintivo de integrarse en lo otro:
Porque a veces nos parece estar fuera del mundo,
quisiéramos beber la esencia de las pequeñas cosas.
Signo de su arte cabal, Pedro deja en el aire preguntas esenciales porque sabe bien que cada poema es una incesante búsqueda en medio de la nada en la que el poeta, buceador de sombras, palpa a tientas tratando de hallar algo que ignora o desconoce. Guiándose en la densa oscuridad por fugaces destellos, las más de las veces emerge trayendo solo restos de naufragios adheridos a sus palabras. Mas cuando el poeta logra regresar de sus profundidades con el preciado tesoro entre las manos, entonces lo llena la dicha de sentirse renacer de sus cenizas como una persona nueva que mira el mundo con la fresca inocencia de la primera vez:
Vuelvo a estar aquí, ileso y desnudo,
adán renacido de carne trémula.
[…] No hay duda. He llegado,
estrella fugaz, de nuevo al comienzo.
Estos resolutivos versos ofrecen otra lectura oportuna: la poesía no es sino la plasmación de un presente cíclico que nos enseña, parafraseando el verso final de East Coker de Eliot, que en el fin está el principio y todo vuelve a reanudarse siempre en el eterno retorno del tiempo.
Dicho esto, y haciendo balance de esta glosa, el espíritu que alienta en el libro se trasluce en unos versos del poema que le da título y cuyo mensaje nos parece el mejor emblema de la verdadera condición poética de Pedro Sánchez:
Suspendidos en el tiempo esperamos la señal
que nos devuelva la certeza de vivir aún
en estos cuerpos de cristal, ecos y sombras,
de vivir aún por alguna poderosa razón
que no destile miseria, orgullo ni misericordia.
En La templanza y otros georemas, en suma, Pedro Sánchez nos deja una buena muestra de su mejor poesía, la séptima entrega de una fecunda obra iniciada en 1998. No me queda más, estimados lectores, que invitarlos a que disfruten de la palabra viva de este excelente poeta y amigo, les aseguro de todo corazón que no les defraudará.