Begoña Abad
marzo 13, 2019Agustín González: un secundario de lujo
marzo 15, 2019Una tarde para recordar. Poesía en estado de gracia y graciosa. Porque, además de decir cosas profundas, esta poeta es capaz de arrancar la carcajada del público, mientras comparte sus vivencias y nos hace partícipes de lo claro y lo oscuro de la vida, con anécdotas llenas de sentido del humor. Como tantas mujeres de su generación se ha reído del destino que tenía reservado por el hecho de ser mujer. Tuvo que dejar los estudios a muy temprana edad, primero para atender a sus padres, pero también porque como ella dice, se doctoró como madre. Así que estamos ante una poeta muy particular, autodidacta; de las de “estar por casa” en el buen sentido de la palabra, porque ella encuentra la belleza en las pequeñas cosas que a la mayoría de nosotras nos pasan desapercibidas. Es capaz de escribir sobre sus lágrimas, mientras pela la cebolla para el guiso, o sobre la tarea, a menudo poco valorada y tantos siglos realizada por las mujeres, de barrer la casa. Su madre y su padre son protagonistas de algunos de sus más hermosos poemas, con los que cualquiera de nosotros puede identificarse. Además de sencillos y profundos pensamientos sobre la vida, Begoña nos regala esas imágenes que la memoria recupera, del mundo infantil o doméstico y un léxico que se ha ido perdiendo, bien por ser propio de la vida rural, o bien por pertenecer a esas tareas que cuando éramos pequeñas nos enseñaban. Así encontramos la palabra bodoque o presilla, que nos llevan a las tardes de labores en la escuela de los años cincuenta.
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